sábado, 30 de abril de 2011

La marcha del millón de hombres: Imitation of movies


Una amiga mía me comentaba, hace ya varios años, que tenía miedo de las alegrías intensas porque sabía que tras ellas llegaba el desastre. Casi nunca fue así en su caso, pero delataba una lógica existencial ajena a la experiencia cotidiana, sino más bien arraigada en el celuloide. Yo mismo me descubro infinidad de veces adelantando acontecimientos como si mi vida se tratara de una película, vislumbrando accidentes de tráfico cuando más calma hay en la carretera, o esperando el frío contacto de una mano al palpar en busca del interruptor de la luz, cosas realmente ilógicas en la vida real pero que han pasado a formar parte del imaginario colectivo.

Y es que el consumo de ficción como entretenimiento a tocado techo gracias a internet, siendo (probablemente) el momento de la historia en que más cine se ve, siendo una fuente de experiencia mucho más vasta que la vida real. Es obvio que lo que acontece fuera de la ficción tiene un impacto mucho mayor que el de la ficción, pero la frecuencia de hechos significativos es mucho menor, por lo que gran parte de nuestro aprendizaje está basado en una mentira, aunque seamos conscientes de ello. No en vano gran parte de los acercamientos a una realidad tangible a través de la gran pantalla no han sido más que meros ejercicios formales que derivan (en general) en los mismos patrones de siempre, porque no queremos que el cine sea un eco, sino que la vida sea cine.

Partiendo de esa base, ¿cómo afrontar un film que trate sobre la marcha del millón de hombres? ¿Cómo representar la lucha por los derechos de toda una comunidad dispuesta a plantarse en Washington a alzar su voz? Efectivamente, con una banda sonora épica, grandes planos generales mostrando la multitud, discursos transcendentales y batallas campales contra la policía. Leñe, semejante temática requiere un tratamiento visual por todo lo alto, una sublimación de lo real en lo cinematográfico. La pena es que el cine es una mentira a través de la cual se banaliza cualquier intento de ennoblecer hasta la más justa de las causas.

Spike Lee lo tenía claro, y optó por el minimalismo y el realismo a la hora de abordar La marcha del millón de hombres para que su discurso creciera del individuo a la masa. Con ello, nos subimos al autobús que ha de llevar a una docena de protagonistas a Washington, "dejando" que ese trayecto y las interacciones entre los personajes formen el discurso del film, y evitando que la voz pertenezca a la masa y con ello evitando generalizaciones, dando la reclamada igualdad a cada uno de sus personajes. Dicho enfoque no es populista, sino tan coherente como valiente.



Así tenemos un film casi exclusivamente hablado, que busca la realidad no sólo en los diálogos sino incluso en las texturas (con imágenes de la cámara de unos de los protagonista) buscando un acercamiento más sincero que cinematográfico. Sin abandonar la cuestión racial, muchos de los conflictos se muestran universales para componer un mosaico humano que va desde los problemas de la adolescencia a la sabiduría de la vejez, tratados más desde la reflexión que desde la acción. El cine imitando la vida para ficcionar hechos reales.

Ahora bien, las galas que luzca la mentira no la convierten en verdad, y los resortes cinematográficos pesan sobre el desarrollo para restar verosimilitud a la película, descubriéndose el cine como cine. Con ello, y sin ser un retrato edulcorado, el film pasa del buenrollismo a la denuncia social como paradas obligatorias, ganando interés otro tipo de conflictos en personajes condicionados por la protesta que van a llevar a cabo. Así es como el film pierde algo de fuelle, al alejarse de lo real para acercarse a lo cinematográfico, dejando regusto a mentira con una buena excusa.

La marcha del millón de hombres es un gran film, a ratos hermoso y a ratos duro, cuya principal virtud consiste en pivotar sobre el individuo sin abandonar la cuestión racial, y encontrando en la sencillez la clave para elevar poco a poco su mensaje. Sin grandilocuencia, sin moralina y sin subterfugios vemos las fracturas internas de un grupo unido bajo un lema demasiado generalista y de cuya convivencia nace la narrativa. Quizás por eso la única pega sea descubrir, a través de las concesiones a la narrativa tradicional, que lo que vivimos dentro de ese bus es ficción, es mentira, es cine.

 

viernes, 29 de abril de 2011

La recomendación de la semana: El nadador


Un hombre decide volver a casa atravesando todas las piscinas del vecindario y, con ello, desnudar el estilo de vida de sus vecinos. Frank Perry dirige, Burt Lancaster ejecuta.

 

miércoles, 27 de abril de 2011

Grandes bandas sonoras: Quadrophenia


Fácil, ¿no? Pues viene a ser el caso típico de film que todo el mundo conoce pero que menos de la mitad han visto. Yo, animado por Mr.Mierdas, lo he podido tachar de mi lista de futuribles, y con ello os recomiendo encomendar vuestros oídos a este temazo de The Who.

 

domingo, 24 de abril de 2011

Inside Job: Verdades formateadas


Recuerdo que en mi época de estudiante, cuando Popper se coló en el temario, una afirmación puntual me impresionó profundamente. Nada nuevo, soy muy impresionable, pero reconozco el poder seductor de la duda y su capacidad para tenernos constantemente alerta, de ponernos a prueba, de aplicarnos un proceso de falsación a cada paso, pese a las limitaciones que conlleva. Y es que poner en duda todo el sistema analítico a través de una simple afirmación me pareció suficientemente potente como para que, aún a día de hoy, tome en consideración esa idea.

Cuando un estudio arranca con intención de demostrar algo, de base ese estudio está contaminado por tener un destino prefijado. Con ello se necesita ya no sólo un estricto proceso de control de resultados y la implicación de un número suficiente de gente, sino la constante necesidad de actualizar esos resultados con datos nuevos para demostrar que la conclusión es VERDAD. Incluso dentro de ese grupo de investigadores debe haber una selección aleatoria que les libre de toda sospecha, eliminando el componente direccional de cara a que los resultados sean poco menos que la chistera de un mago. Todo esto es un ideal, y como tal no existe, siendo las aseveraciones más contundentes víctimas del acotamiento circunstancial. Un ejemplo sencillo es el tabaco: ¿Aumenta el riesgo de padecer cáncer? Miles de estudios afirman que sí, por lo que tomémoslo como una verdad. Ahora bien, ¿en qué grado lo aumenta? ¿afecta a todos por igual? ¿se puede afirmar rotundamente que no existe NADIE a quien fumar haya reducido la posibilidad de tener cáncer? Llegados a este punto quizás ya se presenten las primeras dudas. ¿Las condiciones ambientales y la propia genética influyen en el riesgo de tener cáncer? Desde luego, miles de estudios también lo demuestran. Con ello ya tenemos una variante que altera por completo el primer estudio (no existen dos sujetos genéticamente iguales que habiten exactamente el mismo entorno), por lo que la rotundidad del resultado vira hacia el DEPENDE, abandonando el certero 100%. Pero seguimos siendo conscientes del componente nocivo del tabaco, ¿no?

El cine nos ha acostumbrado a absolutos, y el consumo masivo de audiovisual ha multiplicado los púlpitos en los que predicar visiones (casi siempre) parciales y sesgadas lanzadas, mayoritariamente, en busca de repercusión y no de reflexión. De hecho, en el mismo momento que existe un encuadre, existe una media verdad, y con ello una mentira, y claro está que cuánto más ambicioso es el mensaje más fácilmente se pervierte el concepto de verdad, y con ello se banaliza el objeto de estudio. No es algo poco frecuente, ya que, ocasionalmente, todos nos hemos descubierto generalizando para, poco después, reflexionar sobre nuestro fallo, pero en esa lucidez final, la duda sobre nuestras pretéritas afirmaciones, conlleva el paso adelante en el conocimiento, en esa posesión de los absolutos.


Inside Job no se adscribe a esa búsqueda estructurada de una verdad única (como tampoco lo hace este texto), sino que pretende dar explicación a la crisis económica actual en sus escasos 100 minutos. De base, su límite temporal ya siembra un recelo importante, como si esos minutos, a tiempo, hubieran podido evitar el pseudo-colapso financiero. Con ello, Inside Job pretende erigirse como un ente más ducho en economía que, ya no solo el global de gente dedicada a buscar soluciones, sino de todos aquellos que no supieron predecir el crash financiero. La opinión de expertos en estos temas es vital, así como necesario que el arte dedique esfuerzos para esclarecer causas y acercar su entendimiento al espectador, pero existe una enorme y peligrosa diferencia entre dejar claro que existe un punto de vista y ponerle copyright a la verdad.

Inside Job abruma con toda su jerga económica, aunque consigue que sea relativamente asequible para el espectador entender el funcionamiento de multitud de productos pese a formar parte de un mundo bastante alejado de nuestra rutina diaria. Pero mérito y traba se dan cita ahí, ya que los conceptos no entienden de moral, pero la aplicación (en manos de economistas) permite ser vista como un crimen, como el tan manido argumento de "el rico quiere ser aún más rico" como argumento sobre el que pivotar todo el documental. Con ello y de un plumazo, se banaliza el problema y se lleva a terrenos amarillistas, cuando la primera verdad del capitalismo (sistema que todos alimentamos sin cuestionárnoslo) es que fue creado por y para el rico. Si alguna otra verdad existe sobre el capitalismo, es que es un sistema que necesita de un crecimiento constante (prestar dinero es crear dinero de la nada), y tanto la competitividad de las empresas como el crecimiento demográfico no hacen sino que disparar esa aceleración. Si todos pagáramos nuestras deudas el sistema, literalmente, se colapsaría.

Pero los principales errores que comete Ferguson en su discurso son dos: eliminar al espectador y pretender que su visión parcial se convierta en un absoluto. No creo decir ninguna locura al afirmar que Inside Job desprecia a su público, y lo hace en tanto que no lo considera parte del sistema y, por ende, parte del problema. Y no sólo lo exime de culpa sino que lo anula, posicionándose por encima de él como director y como analista en el momento que critica el consumo exagerado en la bonanza económica pero justifica la ambición adquisitiva de la clase media, apelando a nuestra ignorancia con pose de perdonavidas. Pero Ferguson no se conforma con eso, sino que se eleva como juez, jurado y verdugo con los propios entrevistados, pasando de retratar hechos para retratar personas en función de las necesidades de su documental. Así se forja el segundo punto que comentaba, donde asume su propia lectura como una verdad absoluta para abofetear a quien considera culpable, en encerronas similares a la de Moore con Heston, acusando directamente, cortando respuesta y mostrándonos cómo los entrevistados piden que se apague la cámara. Es lícito ser imparcial, como lícito es ser sensacionalista, pero para ello hay que ser muy consciente de las limitaciones del mensaje y diferenciar claramente opinión de información.

Con todo ello Ferguson orquesta un documental que no invita a la reflexión ni a la acción, sino que meramente señala con el dedo a los acusados en un ejercicio más justificado que otros, pero igual de tópico. No falta la crítica a la ambición de los ricos, pero se excusa la compra de más de una casa y de un coche por parte de gente que no puede permitirse ese nivel de vida. En definitiva, si el sensacionalismo tira de culpar de la crisis a las grandes corporaciones, Ferguson además explica cuáles son sus armas pero repite conclusiones, aunque le reconozco el valor de ser crítico con Obama, el iphone de los presidentes. Resumiendo, Inside Job merece visionarse para entender muchos de los procesos que se producen en la economía, pero toca recelar cuando la productora es Sony, el narrador es Matt Damon (innecesario narrador en un documental que critica el despilfarro económico) y la portada resulta tan tendenciosa. El mundo de hoy ya no entiende de experiencia, entiende de formatos cinematográficos.

 

lunes, 18 de abril de 2011

viernes, 15 de abril de 2011

La recomendación de la semana: Catfish


En varias ocasiones os la he comentado por estos lares, así como vecinos de blog han hecho lo propio. Por si acaso, insisto, un documental de imprescindible visionado así como un fresco a pequeña escala de cómo internet ha cambiado las relaciones sociales.

 

martes, 12 de abril de 2011

La frase de la semana: Malditos bastardos


"Mi nombre es Shosanna Dreyfus y este es el rostro de la venganza judía."

 

viernes, 8 de abril de 2011

La recomendación de la semana: El ataque de los robots de Nebulosa-5


Esta vez no toca largometraje ni buscar por la red. Esta vez os traigo la recomendación directamente a vuestros monitores. Chema García Ibarra dirige este relato de ciencia-ficción casera demostrando que las buenas ideas no necesitan siempre grandes presupuestos.


jueves, 7 de abril de 2011

Invasión a la Tierra: hablar por hablar


Hace relativamente poco un compañero de trabajo espetaba sobre un film que no recuerdo algo como "se han juntado y la han hecho en un fin de semana". Obviamente el film no le había gustado, ya que el tiempo invertido parece ser sinónimo de calidad (me alegro por su novia), aunque la gran mayoría entendemos que una afirmación de ese tipo es práctimente inaplicable a cualquier film de cartelera. Pese a todo, ciertos films sí nos dejan la extraña sensación de que son una gran broma, donde toda la gente implicada en su desarrollo han pasado las horas entre bromas y poca implicación en el proyecto.

Cuando un director no muestra implicación en un proyecto, el film se resiente, pero creer que todos y cada uno de los profesionales que han participado en el film se han tomado su trabajo a guasa es de una temeraria ignorancia. Ahí es donde entra en juego el socorrido clavo ardiendo del argumento cuando se trata de cargarse un film, apelando a tópicos, poca verosimilitud o "pajas mentales" de cara a considerar que un film insulta al espectador, como es el caso de Invasión a la Tierra (Battle: Los Angeles, Jonathan Liebesman, 2011).

En lo tocante a lo formal y lo insultante que pueda resultar el film de Liebesman no voy a extenderme mucho. Films como Skyline son mejores candidatos a sentirnos defraudados entre lo que prometen y lo que ofrecen, pero de Invasión a la Tierra no podemos decir que engañe a nadie en lo tocante a cómo está rodada, ni tan sólo que esté mal rodada, sino que simplemente es un anónimo producto más de la industria con el habitual director asalariado pero eficaz a la hora de manejar un equipo. Insultantes son las pagas extra ya que, al parecer, no sabemos gestionarnos el dinero, así que (generalizando) a la mayoría nos vendría grande tener un presupuesto de miles de millones.


Lo continuo... ¿es infinito?

Ahora bien, ¿es insultante la trama de Invasión a la Tierra? Es sencilla, lineal y trufada con tópicos, pero dudo que en ningún momento pretenda ser más de lo que realmente es. Ni tan sólo veo el supuesto fervor patriótico que dicen que destila, ya que la mayor parte de las veces se refleja a través de los personajes, no del propio film, aunque realmente se reincida en la idea de la onanista imagen que los militares tienen de ellos mismos como gremio al servicio del país. De hecho sólo recuerdo una escena donde salga la bandera americana, tan socorrida en otro tipo de producciones (aparentemente) mucho menos propagandísticas.

Sobre la linealidad de la trama tampoco podemos poner grandes quejas. Es un film bélico (no Sci-Fi), y aunque la historia del cine cuente con infinidad de films bélicos muy superiores a la cinta de Columbia, se agradece que no pretenda vendernos dobles interpretaciones ni entrar en claves políticas o raciales para intentar dar una falsa profundidad. Si bien el arranque del film cojea por buscar llamar la atención con el socorrido truco del "X horas antes", el desarrollo no me parece una oda al sinsentido ni un baile de vacuas pretensiones. Insultante era el desarrollo de District 9, tras ese arranque en clave social para cerrar con un final que se carga por completo su premisa.

Y sobre tópicos, a estas alturas, es complejo poner un voto. Si bien en el cine lo importante es el cómo y no el qué, la reutilización de visagras mil veces vista o bien cansa o hacen que desconectemos del film. Ahora bien, dudo que el trailer nos hiciera creer que el guión era un prodigio de giros de tuerca, o un ejercicio cercano al de Malick en La delgada línea roja, pero los condicionantes del género (y de la taquilla) tampoco dan para virguerías en esta clase de caros productos. Más insultante me resulta el guión de El discurso del rey, un copia y pega de los manuales de guión, pasado por el filtro del cine independiente actual para contar algo mil veces visto del mismo modo.

En fin, todos sabemos que es mucho más aceptado soltar un "es una puta mierda" que un "montaje y sonido no estaban mal, pero el resto...", y que un simple "no me gustó nada" es mucho menos notorio en una sociedad basada en los titulares. Total, desde que existe House M.D. todos somos licenciados en medicina.

 

lunes, 4 de abril de 2011

La imagen de la semana


Hoy toca hacer alarde de mi ignorancia, morgueros. Es por todos sabido que el montaje final no siempre depende del director, y no me refiero a que no supervise el proceso, sino a que el film que llega a los cines no necesariamente ha tenido el visto bueno del director. Famosos son los diferentes montajes de Blade Runner, pero por alguna razón esas prácticas se nos antojan lejanas o restringidas a proyectos menores, sin directores de prestigio. Pues bien, no es así, ya que Harvey Manostijeras (como se conoce a Harvey Weinstein) ha reestrenado El discurso del rey para que pase de R (menores de 17, acompañados) en calificación a PG-13 (no recomendada a menores de 13).

Teniendo en cuenta la cantidad de premios que ha cosechado la cinta, queda claro que los motivos nada tienen que ver con lo artístico, aunque dicho reestreno tampoco ha supuesto un éxito en lo económica, obteniendo menos dinero que la anterior versión, pero con esta nueva calificación el film puede colarse en las aulas de estudios, acceder a un mayor mercado en DVD y tener horarios de emisión más amplios en televisión. En fin, cosas de la industria...


Fuente: SlashFilm

 

domingo, 3 de abril de 2011

Zeitgeist: Moving forward: El hogar de los pobres


Siempre me han llamado la atención ese tipo de personas capaces de dedicar la mayor parte de su tiempo a hablar de si mismos. Esos mismos que ante la soledad del break para fumar recurren al móvil para relatar su extraordinario día a día a cualquier anónimo listado en la agenda. Y es que teniendo en cuenta que lo cotidiano de la gran mayoría de personas es una oda a lo aburrido, me resulta complicado entender a esas mentes capaces de repetir infinitamente su devenir en este mundo, aunque todos tenemos amigos que repiten incesantemente las mismas anécdotas, como si no hubiera desgaste en ello.

A Peter Joseph le pasa lo mismo, endiosado por la horda de fans surgidos del visionado de Zeitgeist y Zeitgesit Addendum. No hay crítica ni comunicación alguna en Zeitgeist: Moving Forward, ya que ni Peter Joseph se preocupa de tener en cuenta al espectador, ni sus potenciales espectadores deberían ser capaces de alzar su voz escéptica ante el nuevo retoño de Joseph. Este tercera entrega, libre de condicionantes, es la que destapa finalmente a su director como un megalómano sin interés alguno en invitar a la reflexión, la que refleja claramente el papel del espectador y la que revela la anécdota que era Zeitgeist en la peligrosa arma que se ha convertido el movimiento Zeitgeist.

Y es que no hablamos ya de problemas con el formato o las dotes de cineasta de Peter Joseph, sino que el éxito no asimilado del proyecto de Joseph parece haberle impelido a parir un movimiento reaccionario en cuyo análisis Joseph se muestra un mero especulador, un completo irresponsable traicionando sus "propios" ideales. Lo fórmula funciona, infinidad de webs enjabonan el ego, y basta con un cierto mantenimiento con aire a refrito para seguir disfrutando de un estatus que siga ejerciendo de llama al wake up. Es decir, la realización de su mensaje le despojaría de todo lo ganado, por lo que conviene exigir el cambio para que precisamente todo siga igual.

Pero volvamos a lo básico, a Zeitgeist como documental que cierra una trilogía sobre los males del mundo y los mecanismos para la supervivencia de la especie. Zeitgeist: Moving forward arranca con un narrador hablando de cómo su despiadada abuela le enseño a ser un as del Monopoly, para finalmente, una vez batida, le demostró que todo lo ganado en una partida acaba volviendo inevitablemente a la caja. A partir de ahí se suceden toda una serie de explicaciones sobre biología y evolución en base a errores comúnmente aceptados que conforman la primera parte. Para empezar dicha anécdota usada como crítica al materialismo cojea, ya que presenta a la abuela como una dualidad representativa de opuestos, que infunde en el crío el afán material para luego aleccionarle sobre lo que ella misma le ha enseñado. El fin justifica los medios, y la moraleja está pensada para no darle más vueltas a historia.

Sí, Joseph nos toma por tontos, y su éxito le da la razón, sin duda. Que Joseph dirige su discurso a amebas se corrobora en los siguientes minutos, donde para explicar conceptos sencillos y universales sobre biología y evolución dedica ingente cantidad de metraje y ejemplos, como si el mero enunciado no valiera para que su público lo entienda. Una de las cosas que plantea es el condicionamiento del entorno a la evolución genética, partiendo de la base que el opuesto es el universalmente aceptado, que el ser humano no se ve modificado por su entorno. Para ello recurre a infinidad de ejemplos, incluyendo el obvio estudio sobre el efecto del estrés en fetos de cara a posteriores enfermedades o adicciones. Joseph moldea las verdades universales para adueñarse de postulados científicos muchos más antiguos que él, erigiéndose como un visionario que no hace más que escudarse en opiniones ajenas y datos más que conocidos.

Con esa declaración de intenciones, con ese insultante arranque, Joseph despliega los argumentos ya vistos en sus dos anteriores piezas, con pequeñas modulaciones propias de quien no entiende su propio mensaje. Así su ambición no sólo se acomoda en la denuncia, sino que insta al cambio e impone su infantil visión de la sociedad moderna, obviando en todo momento el proceso. La base de su hipótesis comienza con un "imaginemos que tenemos una copia limpia del mundo, y el hombre parte de cero", para luego proponer un sistema de gestión universal de recursos, con satélites, centrales computerizadas y toda una red de transportes. Genial, queda claro que para un hombre si ni siquiera lenguaje le viene grande la propuesta de Joseph, pero asumiendo que dicho salto si es posible con nuestra tecnología es la migración a ese modelo la que realmente debería tener un peso importante en el discurso de Joseph. Sin embargo, el apartado que debería tratar sobre ello se cierra jocosamente con una falseada manifestación de espectadores acusándolo de comunista que, a modo de chiste y de acicate a los falsos reaccionarios seguidores de Joseph, cierra el apartado más vital del movimiento Zeitgeist. Joseph no tiene respuestas, pero no se preocupa en hacérnoslo saber porque el papel del espectador y, por ende, del ejército del cambio es meramente ejercer de soldados, no de ideólogos.

Por ponerlo de manera sencilla. Zeitgeist servía como conspiranoide denuncia sobre religión y economía, mientras que su Addendum proponía una alternativa como el Proyecto Venus. Ahora bien, cuando llamas al levantamiento en Moving Forward, debes ser capaz de transitar el gap entre presente y Venus, no meramente proponer un primer y último paso, y dejar el resto al azar. Por eso Joseph es un irresponsable sin el mínimo respeto a su mensaje, porque demuestra un nulo interés en su heredada propuesta, porque ejerce de collage mediático de diferentes opiniones y tendencias puestas al servicio de su ego.

Un ejemplo es el uso constante de datos e imágenes de publicaciones digitales para reforzar sus argumentos, cuando en Zeitgeist ponía en duda a toda la industria de la información. Lo que antes era un enemigo, ahora es una base para denunciar los males del ser humano, obviando esta vez temas como religión o esa oscura mano que movía la economía del mundo. El "malo" en Moving Forward es el propio sistema económico en si mismo, el dinero, mientras que hasta ahora en su discurso, el vil metal era el arma de los poderosos contra el pueblo. Ahí radica el peligro de Joseph y su difuso discurso, en que la contundencia de sus afirmaciones esconde goteras enormes que muchos obvian, anulando por completo la vital reflexión que su reaccionario movimiento propone. Joseph no nos habla a nosotros, sino a un mundo paralelo donde su mensaje podría tener cabida, pero no a nosotros ni a un ahora, al menos sin el análisis (tan exigido por Joseph como método) de sus propios postulados, que a día de hoy siguen siendo tan vistosos como endebles.

Y es precisamente el apartado humano el que más descuida Zeitgeist, hablando extensamente sobre la ciudad ideal y su funcionamiento, sin tener en cuenta a sus habitantes y usando el concepto de igualdad con insultante inocencia. Hablar de absolutos le viene grande al autor, creyendo estar por encima de muchos grandes ideólogos que son demonizados con el ventajismo que da el tiempo y la crisis económica actual. Si bien estoy de acuerdo con cosas que plantea, el eco mediático no le provee del estudio necesario sobre teorías a la que otros dedicaron la vida entera, ni justifica la manera en que desvirtúa hechos para amoldarlos a su visión global del funcionamiento de la raza humana.

En definitiva, no es necesario dar más vueltas a Zeitgeist. Su primera entrega fue un entretenido documento sobre cómo dar a alas a mentes conspiranoicas, pero a estas alturas el chiste ya no tiene gracia. Basta ver el clip que cierra Zeitgeist: Moving Forward para entender que todo el movimiento Zeitgeist no pasa de ser un producto televisivo creado por y para un ego necesitado. Más problemático será lidiar con quienes tomen al pie de la letra la palabra del autocoronado Mesías, que creen heredar oscuras verdades que han de permitir despertarnos de nuestro letargo. A todos ellos me gustaría verlos tirando todo su dinero a las puertas de las entidades bancarias.