sábado, 8 de noviembre de 2008

Withnail y yo: El arte en decadencia es divertido


Cuando vemos a dos personajes sumidos en la miseria, cómicos e inadaptados, acostumbramos a reírnos. Cuando decimos que está basado en hechos reales, se nos suele quitar la sonrisa de los labios. Solemos sentir más cercano el drama que la dicha, como si la vida cojeara del pie de la fortuna.

Withnail y yo no está basada en hechos reales, pero bien podría estarlo. La vida de dos actores fracasados viviendo en una miseria de adicciones, entre lo cómico y lo patético. Ello puede ser en parte autobiográfico de su director y guionista, Bruce Robinson, que también hizo su carrera como actor. Así que con ello nos adentramos en un viaje por los bajos fondos de la profesión, con una copa de vino y tabaco que fumar.

Withnail (Richard E. Grant) y Marwood (Paul McGann) son dos jóvenes actores que viven en la miseria al no encontrar trabajo. Alcohólicos y drogadictos su vida se torna surrealísticamente primaria, más preocupados en saciar sus vicios que su arte. Mientras Marwood demuestra más sentido común y tanto odio como devoción por Withnail, este es un ser egoísta y cobarde que concibe el mundo como su escenario.

Marwood, harto de tan lamentable existencia, idea un fin de semana rural en busca de cierta rehabilitación, plan que implica al tío de Withnail, Monty (Richard Griffiths), actor retirado y homosexual que sentirá una gran atracción por Marwood. Semejante cocktail se verá las caras en medio del monte para pasar un fin de semana que cambiará por completo la vida de nuestros protagonistas.

Es inevitable hablar de la influencia de un film como Withnail y yo en una obra como Trainspotting, tanto por temática como por esperpénticos personajes. Withnail y Marwood son tan cómicos como primarios, con un barniz cultureta que disfrace su bajeza moral. Ese contraste funciona a la perfección, ya que no se nos presentan los clásicos marginados que caen en las drogas, sino la clase alta afectada por una crisis que devora el arte a su paso.

Algo de Hurlyburly también podemos ver en el film de Robinson, en esa relación de amor y odio, donde el equilibrio surge de creer siempre que uno no caerá jamás tan bajo como el otro. Un interesada dependencia que mostrará lo peor de cada uno en una serie de cómicas situaciones que los mostrará completamente ineptos para una vida más allá de lo artístico.

En la vertiente cómica ayudarán los secundarios, con un gurú metido a camello (Ralph Brown) que sólo soltará perlas de sabiduría por la boca, y el tío Monty, incorregible en la búsqueda del encuentro sexual con Marwood, combinado con su elevado gusto por la buena vida y anclado en una élite donde deben guardarse las apariencias. Todos ellos bordan sus papeles.

Robinson, sin un alarde de virtuosismo, no regala una dirección muy fresca y elegante, apoyada en una gran fotografía a cargo de Peter Hannan. En el film vemos bien diferenciada la intencionalidad de los planos cuando la voz en off de Marwood entra en acción, y cuando el film se centra en las peripecias de ambos, así como los paisajes bucólicos buscan el contraste entre la naturaleza y la decadencia de los protagonistas, su soledad, y claro está, que se vea bonito en pantalla.

En definitiva, un film más que interesante, una comedia gamberra en la que las situaciones no crean la historia, sino que el núcleo y motor es la relación entre los protagonistas. Una historia sobre redención, liberación y evolución, con vencedores, vencidos, drogas, alcohol y Jimi Hendrix.

Lo mejor: La escena del gallo en el horno.

Lo peor: La intro, con sobredosis de saxofón en el A whiter shade of pale, y que contraste mucho con el tono del film.

El dato: El personaje de Monty usa muchas de las frases que Franco Zeffirelli dedicó a Robinson durante el rodaje de Romeo y Julieta.

3 comentarios:

Machete dijo...

Desconocía esta cinta, se suma a la lista de visionados.

Mister Lombreeze dijo...

Una película divertidísima y muy emotiva. De lo mejor de la década de los 80. Los actores están todos en estado de gracia.
La escena del pollo es genial. El amago de bronca en el pub también.
Hermoso y agridulce final con soliloquio de Hamlet incluído.
Esto tiene que haberlo vivido Bruce Robinson seguro.
Viva la vida de bohemia.
Buena reseña, me alegro de que le haya gustado.

Redrum dijo...

Ciertamente una pelea con anguilas habría sido interesante.

Al parecer Robinson tenía preparado un final más contundente, añadiendo la llegada de Withnail a casa y un disparo en la quijotera.

Viva la vida bohemia, pero en este caso, ¡que viva en pantalla!

Me alegro yo que la recomendara ;)

¡1 saludo y gracias por comentar!